Saliendo del Cenáculo, Jesús y sus discípulos recorrieron el camino hacia el Monte de los Olivos, y es aquí cuando empezó a sentir en su alma una tristeza extraña, que dejó a todos sin saber qué decir y cómo consolarle.
"Mi alma está triste hasta la muerte" (Mc 14, 34)
Las emociones de la cena le llevaron a una vigilia de alma en la que quiere entregarse del todo, pero en la que sintió miedo y en la que quiso reconfortarse junto a los suyos. En aquel momento, los discípulos fueron testigos de algo mucho más difícil de entender: la agonía de Cristo. A pesar de contemplarlo inerme, humillado, derrotado, sufriente, ellos siguieron creyendo en Él como Dios y hombre verdadero.
"Velad y orad para no car en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41)
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